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La masculinidad es vista como un conjunto de atributos físicos y conductuales que reafirman el ser hombre. Se da mayor peso a la perspectiva de género, a los roles específicos, es decir, a la conducta esperada socialmente. ¿Cómo deben ser los hombres? Es una pregunta que encuentra su respuesta en el contexto sociocultural y económico de una sociedad.

Con los cambios de perspectiva de género, se abre la posibilidad de ver otras “masculinidades”. Se permiten otras formas de ser hombre que salen de ese mandato social que está estereotipado. Fuerza, valor, agresividad, control y dominio, son las expectativas que se ha tenido de ese rol social. Y de esta forma, se deja de lado la expresión y reconocimiento de las emociones, la aceptación de ayuda y la posibilidad de compartir responsabilidades con la pareja.

Los hombres han sido los dominantes del mundo, pero también han sido víctimas de este supuesto dominio. Se les ha negado la posibilidad de sentirse cansados y de no tener que demostrar en cada momento su valía y poder en todos los ámbitos, económicos, político, sexual, etcétera.

Construirse como hombre forma parte de un proceso social y cultural, de lo esperado, de lo negado, de lo rechazado, dentro de su rol de género. Esto ha llevado a los hombres a que tomen conciencia de su lugar desde una perspectiva de género.

La presión que ha generado sobre los hombres mantener patrones establecidos de fortaleza, de dominio, de poder, han impactado en su autoestima. Lo que ha provocado que se vean como personas sin valor ante la exigencia de solo servir como proveedor, en donde hablar desde las emociones no tiene lugar en sus vidas.

Mantener los roles masculinos tradicionales impiden la posibilidad de construirse como hombres desde otras perspectivas. Actualmente sigue generando resistencia al cambio, a que se mantenga una mayor adherencia a los patrones tradicionales. Aunque también está llevando a cuestionarse la manera en cómo deben vivir como hombres.

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